Una ruta creada conjuntamente con los estudiantes de Tecnología en Gastronomía del Centro de la Innovación, la Agroindustria y el Turismo del Servicio Nacional de Aprendizaje SENA.


jueves, 4 de junio de 2009

Relato de magia y sabor. Juegos de niños

Conjugando sabores

Hablar de mi descendencia gastronómica no es tan complejo, es sólo traer a la mente la palabra “MAGIA” y con ésta, queda claro el por qué de mi fascinación por la cocina.

La magia existía en todas las preparaciones de mi abuela materna, ella tenía ese toque justo, para hacer de cada preparación la más deliciosa sensación al paladar.

Nuestras visitas se hacían en torno a la cocina, puesto que este era el lugar predilecto por hijos, tíos, primos, nietos, etc. ¿por qué? pues porque sólo allí podíamos disfrutar de exóticos manjares preparados por la “mamita”.

Ella siempre tenía una delicia por mostrar, innovaba en su cocina no moderna, que hasta tenía fogón de leña, donde solía hacer aquellas preparaciones que para mi paladar resultaban siempre perfectas.

Un sancocho de gallina, mazorca, yuca, papa, plátano, aguacate, etc., era el plato insignia de todos los domingos; le ayudaba con la elaboración de él. Yo era muy niña aún y ella me reprendía porque no sabía tomar un cuchillo adecuadamente y temía porque me cortara, pero aprendí a pelar papas, y a no sacarles toda la comida gracias a ella; luego de todo nos sentábamos en una manga y hacíamos una de las cosas que más nos gustaban los domingos, comer sancocho donde la “mamita”.

Siempre que pude la observé cocinar, vibraba con su amor por cada preparación y creo que desde ese entonces el encanto me lo transfirió a mí. A su lado aprendí todo lo que sé, seguiré su legado ya que amo la cocina, para mi es un arte donde te expresas sin inhibición.

A través de ella puedo transmitir sensaciones, puedo conjugar sabores y aromas, puedo sentirme feliz y hacer feliz a los que amo, aunque no cualquiera merece un plato mío, sólo quien se gana mi amor lo puede deleitar, y cuándo lo esté disfrutando puede tener la plena seguridad de que significa demasiado para mí.

Lina Marcela García Elejalde

* * *

Juegos de niños

Cuando era niña, tuve la oportunidad de estar rodeada de primos y hermanos de edades muy similares a la mía, por lo que hacíamos muchas cosas juntos. Nos reuníamos muy frecuentemente y cada vez era toda una aventura. Inventábamos castillos con todo lo que encontrábamos, escalábamos los árboles más altos y hacíamos casas con poleas que comunicaban un árbol con otro, hacíamos travesías por el campo y buscábamos frambuesas, mortiños, moras, guayabas, mangos, flores… con los cuales hacíamos jugos y brebajes, esperábamos la noche con la misma ansia que el día, para echarnos en la hierba a contar estrellas e historias. Uno de nuestros juegos favoritos era en la cocina de mi casa, con una gran y abierta despensa donde podían encontrarse variedad de polvos, salsas, frutas, panes… nos dividíamos en grupos y elegíamos quien empezaría a degustar cuanta vaina se nos ocurriera preparar. Cuando empezábamos preparando era divertido porque tratábamos de mezclar muchas cosas para que los que degustaban con vendas en los ojos, sentados en el enorme pollo de la cocina tuvieran cierta dificultad y no adivinaran fácilmente nuestras preparaciones. Mezclábamos mostaza con chocolisto, galletas con mermelada, minicigui, leche con te y otras hierbas, zanahoria con azúcar, dábamos limones con ingredientes varios… siempre esperábamos que dijeran todos los ingredientes, si no, perdían e íbamos ganando puntos que después cobrábamos en otros juegos… me encantaba reír de las caras que hacían con ciertas cosas dulces o ácidas, o cuando no lograban identificar nada o sólo un ingrediente… recuerdo que hablábamos pacito y reíamos cuando decíamos “pongámosle pimienta a eso, ahí esta la mayonesa, dame el zumm, eso va a quedar horrible, seguro que esta la adivinan de una…”, la despensa era un cuartito muy alto, con estantes que iban hasta allí y nos montábamos en escaleras para alcanzar todo lo que más pudiéramos. Mientras tanto los degustadores esperaban ansiosos “no me den pimienta que no me gusta, si le ponen mostaza me avisan pa’ no comer”. Pero nunca avisábamos y poníamos de todo. Cuando llegaba el momento de dar los brebajes preparados previamente en pocillos, les decíamos: huela esto… ¿qué tiene?. Abra la boca y cómaselo todo. No se vale devolverlo. No se quite la venda… Luego cada quien decía que había probado y decíamos lo que tenía cada cosa para comprobar si habían acertado o no. Cuando nos tocaba el turno de ser degustadores, era común escuchar: ellos le pusieron eso, no combinemos eso, debe ser asqueroso, pongámosle esto entonces. Todos reíamos.

Recuerdo olores fuertes, combinaciones dulces y ácidas, amargas, horribles, deliciosas, pegajosas o muy liquidas. Casi siempre atinábamos los ingredientes porque éramos maliciosos y buscábamos mezclar lo imposible. El olfato se hacía notar, la lengua se retorcía de dolor o placer. Era una buena sensación después de todo.

Cuando nos hastiábamos de tanta mezcolanza buscábamos otras cosas para hacer y mientras íbamos recordando entusiasmados: ¿en serio tenia eso? Sabía rico! No puedo creer que me hayan dado eso. Nunca me vuelvan a preparar eso.

Y así íbamos pasando del castillo de sábanas al trampolín, del bosque encantado al paraíso de los sabores y los olores… una variedad de texturas, una variedad de sensaciones, una variedad de variedades… todo es posible, todo se vale, todo se juega, todo se sueña.

Maria Isabel Ossa Londoño

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